jueves, 21 de enero de 2010

El desierto

Horizontes infinitos,
abrazo de cielo y tierra,
el azul cambia su tono
desprendiéndose de estrellas.

No quiero ver los confines
ni los contornos dorados,
me basta perder mi vista
por tus suelos ondulados.

Ver dunas que pinta el viento
sin óleos ni estucados,
y borrarlas caprichoso
cuando el sentido ha cambiado.

Caminos de oro molido
por Eolo diseñados,
sin teñirlos de ocre o negro
ni tampoco con asfalto.

No hiere su rubia piel
espadas de acero blanco,
la acaricia el suave céfiro,
cálido, como un abrazo.

Espejuelos de mil caras
reflejan, limpios, los rayos
que reciben de Helios vivo,
desde oriente hasta el ocaso.

El cielo no tiene claros
donde colgar más estrellas,
luciérnagas que se adornan
en esta lámpara inmensa.

Quietud se lee en la arena,
tranquilidad en los pasos
de beduinos azules
que caminan por atajos.

La lluvia se muestra extraña
de estos parajes lejanos,
no quiere apagar la luz
y se retira volando.

La vida no nace al alba,
ni el sol en ella penetra,
es la luna la que ufana
de ella se enseñorea.

A veces parece ser
que el desierto tambien yerra,
se rompe su alfombra gris
y con verde la remienda.

Desierto de arena y luz,
la vida que en ti se engendra,
nunca entiende de inquietudes,
sí de vivencias serenas.