Dice el proverbio que no es oro todo lo que reluce, y en esta sociedad que nos ha tocado vivir, relucen muchas cosas, pero si profundizas en ellas, resulta que de oro nada de nada, simple oropel.
Hay quienes tienen una gran habilidad en manejar los hilos de la historia y la vida de los pueblos, los conducen por donde quieren, como otros flaustistas de Amelín. Hoy asistimos a una fatuidad de modas y sociedad de consumo que es totalmente irracional. Cómo le comen el coco, sobre todo a la juventud, para venderles lo que ellos quieren y así llenarse sus bolsillos de dinero. Se emplea el dinero en fruslerías, un dinero, que para adquirirlo, muchas veces estamos sacrificando auténticos valores sociales, familiares y morales. ¿Vale esto la pena? Francamente no.
No vale la pena, por obtener más dinero, sacrificar el bienestar de los niños, someterlos a unos madrugones impropios de su edad, privarlos del trato y compañía de su madre, para depositarlos, como objetos, en una guardería. Y no digamos nada del padre, que casi es un extraño para sus hijos, obligado, por los horarios de su trabajo a no convivir con sus hijos durante toda la semana.¿Tanto vale el dinero que nos hace pagar tan alto precio?....
Capítulo aparte merece la situación de los abuelos cuando ya no pueden valerse por sí mismos y necesitarían la atención y el cuidado de sus hijos. No les queda otra salida que el desaraigo de la familia y el internamiento en una residencia con personas extrañas. Mucho estamos sacrificando de nuestra vida para seguir las pautas que nos marca una concepción materialista de la vida. Precisamente sacrificamos a los seres más débiles, a los niños y a los ancianos. Esto no es calidad de vida, el dinero es necesario hasta ciertos límites, pero hay valores que deben estar por encima de éste. Estamos cambiando dinero por auténtica calidad de vida.
viernes, 18 de noviembre de 2011
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