jueves, 31 de marzo de 2011

El Defensor del pueblo sin poder determinante.

Desde que el animal, menos racional o más racional existe, se ha dado la lucha por el poder y el dominio de los demás, y aunque pasan los siglos y la razón lucha por poner las cosas en su sitio y buscar un equilibrio justo entre los hombres, esta labor camina con pies de plomo y no avanza casi nada, es muy lenta, y muchas veces creemos que hemos conseguido dar pasos adelante, pero en realidad, lo que sucede es que esos pasos están revestidos de fórmulas engañosas, que aparentan una cosa, pero que en el fondo es otra. El ansia de poder sigue tan arraigada en la naturaleza humana como el primer día.

La democracia, en teoría, sería una solución para acabar con las dictaduras, pero a veces piensas si sucede como en la fábula del zorro guardián de las gallinas. Los que se pelean por el poder son los que nos hacen unas leyes donde la voluntad y la soberanía del pueblo queda muy mermada. No hay libertad para elegir sino a aquellos que te ponen en unas listas.

Los programas que te ponen por delante no son vinculantes, sólo le sirven para hacerse propaganda, nadie les pide justificación de los programas no cumplidos. Y encima nos quieren hacer creer que el pueblo es el que manda. Qué sarcasmo.

 Parece que un poco arrepentidos de lo marginados que quedamos los ciudadanos, no se si por lavar un poco su imagen, nos conceden una institución para que nos defienda de ellos mismos: El Defensor del pueblo. Institución ineficaz, donde las haya, ya que ha nacido muerta, carente de toda autoridad y poder para obligar a que se cumplan sus resoluciones e informes. Todo queda en una notificación al órgano correspondiente, que en la mayoría de los casos archiva, y aquí no ha pasado nada.

Así se trata al pueblo soberano y a quien lo defiende, es una engañifa. El defensor del pueblo no tiene medios legales a su alcance para defenderlo. ¿Y esto es una democracia? Ya pasó el tiempo en que el pueblo fuera una masa de analfabetos temerosos y muy manejables a los que se le decían cuatro palabras, se le hacián cuatro promesas, y todos como corderitos derechitos al aprisco. Los tiempos han cambiado y más que tendrán que cambiar, hasta que tengamos una verdadera democracia.