martes, 6 de septiembre de 2011

Agricultura empobrecida.

Parece ser que se están oyendo ya algunas voces, aunque con un tono todavía casi inperceptible, en defensa de la agricultura tradicional y de la variedad de hortalizas y frutas que se producían en otros tiempos. Hoy existe una uniformidad, empobrecida y monótona, en frutas y verduras, han desaparecido del cultivo y por tanto del mercado muchas variantes que existían en nuestra niñez, se han monopolizado las semillas, reduciéndolas de una manera drástica, con unos criterios no de calidad, sino puramente mercantilistas y de negocio.

Hoy día hay frutos insípidos, que han perdido su verdadero sabor, las constantes que prevalecen son la presentación y la duración; que la fruta aguante el mayor tiempo posible y que entre por los ojos del comprador, el sabor ha pasado a segundo término. Nos encontramos con frutas y verduras que no saben a nada, un caso extremo es el tomate, el tratamiento genético de las semillas y su recogida antes de que madure nos han proporcionado un fruto que no sabe a nada.

Otro caso de empobrecimiento es el de la sandía. Hoy vas al mercado y no encuentras nada más que dos variantes, la extremeña y la rayada (así las nombrábamos en mi pueblo, hace ya muchos años). En mi niñez había la costumbre en mi pueblo, Pozoblanco, de que el terrateniente prestaba las tierras de cultivo al que quisiera sembrar melones y sandías, de este modo, el propietario del terreno se encontraba la tierra arada y limpia de hierbas para la próxima sementera de cereales, y el ciudadano, que no tenía terrenos, podía disponer, gratis, de una parcela para sembrar melones y sandías que tan apetitosas son en los días calurosos del verano.

Mi familia hizo uso de esta curiosa cesión de terrenos, y sembró varios años melonar. Yo, aunque era un niño pequeño, me acuerdo de ir a buscar sandías y melones y portearlos hasta casa. Recuerdo que había, tanto de sandías como de melones, muchas variedades: por el color de su piel, por el sabor y color de su pulpa y por la forma de su semilla. La variedad más apreciada era la de las pipas escritas, se llamaba así porque en la cáscara de las semillas tenía unas rayas, el interior era de color amarillo y su sabor exquisito.
Es una lástima que todas estas castas de sandía, como se le llamaba en al argot campesino, hayan desaparecido. Si es posible habría que recuperarlas de nuevo.

Cuando se consumía las sandías y melones, las pipas de aquellos de mejor calidad se ponían a secar y se guardaban cuidadosamente como semilla para la siembra del año siguiente. Nadie compraba semillas, todo el mundo se abastecía por sí mismo. Todo ha cambiado, pero ¿ para mejor?