lunes, 1 de agosto de 2011

El peregrino

Con su concha y su bordón
camino de Compostela,
con la mirada en los cielos
y la esperanza en la Tierra,

va midiendo con sus pasos
las calzadas que se encuentra,
cubiertas de lodo y polvo
y rocío en primavera.

Sigue los hitos que indican
las románicas  iglesias
a donde los peregrinos
llegaban en la edad media.

Medita por el camino,
quiere limpiar su conciencia,
considera la fatiga
como dura penitencia.

Al terminar la jornada,
cuando la noche se acerca,
va buscando los albergues
cuando apuntan las estrellas.

Pero al despuntar el alba
nueva travesía comienza
entre pinares y hayedos
y arroyos de agua fresca.

Va solo por el camino,
rumiando  sus ideas,
ensimismado en el mundo
que su soledad le crea.

 Así trascurren los días
esperando con paciencia,
divisar las altas torres
y el domo de Compostela.

Cansado, y  con jirones
en su túnica de asceta,
ha llegado al  Obradoiro
dirigiéndose a la puerta

de la bella catedral
donde Santiago le espera,
y abraza al santo extasiado,
que es su mejor recompensa.