miércoles, 17 de marzo de 2010

Se hace la luz.

Todas las luces se encienden
al final de tu camino,
cuando ya no necesitas
distinguir más lo vivido.

Esta vida que tenemos
no tiene ningún sentido,
cuando aprendes a vivir
se te termina el destino.

Parece como si fuera
un concierto consentido,
trasformar en claridad
lo que te falta en lo físico.

Ya no hay temores ni prisas,
ni ambiciones, ni otro tipo
de inquietudes que te amarguen
tu existencia, con ahinco.

Mil cosas me están sobrando,
y otras mil, que no las digo,
para vivir libremente,
me basta conmigo mismo.

Ya no me dejo guiar
por nadie, que en mi camino,
trate de poner obstáculos
para que no ande tranquilo.

No solamente veo el alba,
también los atardeceres,
necesarios son los dos,
sin uno, el otro no vuelve.

Siempre vivimos la luz,
la obscuridad no resuelve
sino el descanso que hacemos
para que la luz renueve.

El eclipse es pasajero,
no tiene gran importancia,
pues siempre vence la luz
a las tinieblas fantasmas.

Pero la luz más excelsa
no está hecha de fotones,
clarividencia mental
que nace en los corazones.

A la Virgen del Carmen. Los Realejos

Carmelo es tu monte santo
por la deidad bendecido,
transportado por los ángeles
por el mundo conocido.

Tienes nombre de jardín
desde antiguo florecido,
y la rosa más bonita
en tu vergel ha nacido.

Cual paloma de la paz
te posaste en Los Realejos,
te construyeron un nido
para vivir entre ellos.

El valle mira hacia ti,
y tu cara es el espejo
donde se miran alegres
valleses y realejeros.

Los miércoles te visitan
las madres, con niños tiernos,
para que tú los bendigas
y les des mensajes nuevos.

Nave que siempre acompaña
la soledad del marino,
refugio de sus pesares,
consuelo de sus peligros.

Como señora, en tu casa
esperas, que los vecinos,
marinos del Puerto, lleguen,
y te aclamen complacidos.

Por las calles te pasean
mecida por grácil ritmo,
y a su patrona querida
cantan con gran regocijo.

Tu festividad celebra
San Agustín,entre ritmos
de música placentera
y todo el valle acudimos.

Estrella de la mañana,
lucero de blanco brillo,
reflejo de la deidad
que a ti confió a su hijo.