Será por la edad, no se,
porque todo lo analizo,
el follón con que me encuentro
cuando del hombre yo escribo.
Me encuentro con tantos tipos,
desiguales y distintos,
que no encuentro parecido
ni en lo moral ni en lo físico.
Contemplo un negro de ébano
corpulento y muy macizo,
y a su lado un liputiense
pequeño y nada fornido.
¿Qué parecido encontramos
entre un alemán y un chino?
yo no veo las semejanzas,
se parecen muy poquito.....
Por otra parte, entre chinos
es tan grande el parecido
que parecen perdigones
recién salidos del nido.
Si vamos a sus costumbres,
esto es puro desatino,
sus gestos parecen signos
de otros mundos, de otros sitios.
Sus dioses y sus creencias
nos separan infinito,
son cosas tan diferentes
como el monte y el abismo.
Que si quiero hablar del hombre,
¿de qué hombre yo predico?.
Todos somos diferentes,
pero distintos los chinos.
En la torre de Babel,
yo no se lo que Dios hizo,
si llamó los individuos,
de cada uno de los sitios.
Lo dicho, los hombres son
raros y extraños, muchísimo,
me parecen varias razas
pues una, no la concibo.
domingo, 14 de febrero de 2010
El viejo sabio
Sentado en un velador
de la tasquita del puerto
lee el diario de la tarde
un desconocido viejo.
Todos los días llega al bar,
entre mohino y severo,
puntual como el reloj
de la torre de este pueblo.
Nadie conoce su vida,
la tiene bien en secreto,
un día llegó desde Europa
hablando bien, sin acento.
Los días pasan y pasan,
los lugareños del pueblo
inventan miles de historias,
sobre el pasado del viejo.
Contesta si le preguntan,
en castellano perfecto,
ni acento ni otros modismos
se le nota al caballero.
Pero un día por la mañana
en un diario extranjero
aparece retratado
el visitante del pueblo.
Lo buscan para rendirle
un homenaje sincero,
por ser un hombre muy sabio,
doctor físico, e ingeniero.
Con repiques de campanas
llega el día del gran evento,
pero el viejo no aparece
por la placita del pueblo.
Lo buscan por todas partes:
calles, y bares del puerto,
y en la fonda donde vive,
un sobre ha dejado abierto:
Con prosa sencilla y clara,
a los vecinos del pueblo
agradece su buen trato,
también sus gratos recuerdos.
Se va buscando la paz,
la armonía y el silencio,
no quiere halagos ni honores,
sí, la soledad de un pueblo.
de la tasquita del puerto
lee el diario de la tarde
un desconocido viejo.
Todos los días llega al bar,
entre mohino y severo,
puntual como el reloj
de la torre de este pueblo.
Nadie conoce su vida,
la tiene bien en secreto,
un día llegó desde Europa
hablando bien, sin acento.
Los días pasan y pasan,
los lugareños del pueblo
inventan miles de historias,
sobre el pasado del viejo.
Contesta si le preguntan,
en castellano perfecto,
ni acento ni otros modismos
se le nota al caballero.
Pero un día por la mañana
en un diario extranjero
aparece retratado
el visitante del pueblo.
Lo buscan para rendirle
un homenaje sincero,
por ser un hombre muy sabio,
doctor físico, e ingeniero.
Con repiques de campanas
llega el día del gran evento,
pero el viejo no aparece
por la placita del pueblo.
Lo buscan por todas partes:
calles, y bares del puerto,
y en la fonda donde vive,
un sobre ha dejado abierto:
Con prosa sencilla y clara,
a los vecinos del pueblo
agradece su buen trato,
también sus gratos recuerdos.
Se va buscando la paz,
la armonía y el silencio,
no quiere halagos ni honores,
sí, la soledad de un pueblo.
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