Pueblos de piedra perenne,
berrocales alineados,
perdidos en el paisaje,
en laderas incrustados.
Montículos vigilantes
con castillos almenados,
los siglos pasan por ellos,
vericuetos encantados.
Rodeados de altos muros
por el tiempo, ya arrasados,
sus torres miran al cielo
recordando su pasado.
Iglesias cual catedrales
con góticos camuflados,
contrafuertes que sostienen
cimborios iluminados.
Ecos de monjes antiguos,
resuena su gregoriano
elevando sus plegarias
por medio del canto llano.
Calles marcadas con rejas
de caballeros Templarios,
la cruz se torna en espada,
la luna en fuerte adversario.
Callejuelas tortuosas
serpean dentro de su casco,
y corceles enjalmados
las recorren sin descanso.
Peregrinos sin capucha,
sin bordón y sin rosario,
deambulan hoy por sus calles
para gozar de su encanto.