lunes, 22 de marzo de 2010

El labriego

Se levanta con el alba,
toma su yunta y su perro,
y se dirige a los campos,
a herir, de la tierra, el cuerpo.

Con pinceles acerados
va pintando, con esfuerzo,
un cuadro, que será verde,
cuando ya pase el invierno.

Su yunta marca las líneas
el yugo mantiene el lienzo,
y con sus manos curtidas
va pintando el fértil suelo.

El cuadro que él ha pintado
en la tabla de un barbecho,
se trasforma en verde alfombra
con las lluvias del invierno.

Pero ¡oh grata maravilla!
no ha pasado mucho tiempo
y el verde se ha convertido
en colores muy diversos.

Pétalos miran al sol
como en un espejo inmenso,
para no perder su imagen
a los rayos van siguiendo.

Pero los días van pasando
y el sol no quiere relevo,
las nubes con él no viven,
las plantas mueren sin riego.

El labriego preocupado
por ver el campo tan seco,
se ha encomendado a los dioses
buscando cualquier remedio.

Pero las nubes, de noche,
burlan al sol, que está lejos,
abriendo sus regaderas
contentan al buen labriego.

Lavan sus caras las plantas
y también lavan sus cuerpos,
y la savia recuperan,
siguiendo su crecimiento.

El labriego agradecido,
viendo sus campos contentos,
un ramo de frescas flores
ofrece a Eolo, dios del viento.