miércoles, 22 de junio de 2011

El nido

Cuando abro mi ventana,
la que está en la trasera,
la que da luz al  estudio
de mi casa solariega,

el níspero me saluda
haciéndome reverencias
con sus hojas lanceoladas
que abanican y refrescan.

Siente celos de su prima,
una bonita palmera,
que con sus peines cetrinos
peina su copa de yedra.

Una pareja de mirlos,
negros como el carbón piedra,
en la palma han anidado,
durante la primavera.

Con esmero y con primor
hoja a hoja hierba a hierba,
han tejido con sus picos
un nidal de blanda seda.

Cuando el alba se levanta
y disipa las tinieblas,
una armoniosa diana
los tintos mirlos celebran.

Los canarios se contagian
con esta música negra,
y se ponen a cantar
en sonora  competencia.

Toda la casa es su campo,
el césped y las macetas,
las jardineras floridas,
el durazno y las palmeras.

El macho muy diligente,
siempre escarbando en la tierra,
insectos y gusanillos
regala a su amada hembra.

Los polluelos, que lo sienten,
raudos yerguen la cabeza
y sus piquitos abiertos
parecen pequeñas cuevas.

Poco han durado en el nido,
ya volaron a otra tierra,
¿Volverán alguna vez
a visitar su palmera?