viernes, 4 de mayo de 2012

Llamar a las cosas por su nombre

Vivimos en una sociedad de confusionismo, hemos pasado de un radicalismo exagerado de conceptos, posturas y prácticas, a una laxitud  total, donde ya las palabras han perdido su significado genuido, y esto porque se le han asignado  conceptos que no encajan en su auténtico significado. Para esta necesidad, si no existe un vocablo en el idioma, que lo exprese, se crea un neologismo, esto sería lo natural, pero no, porque esta práctica no es producto de la ignorancia, sino de querer tergiversar los conceptos para mentalizar a la sociedad con ideas que no son ni auténticas ni verdaderas.

Voy a poner varios ejemplos de este mal uso de las palabras. Comenzaré por el mal llamado matrimonio homosexual, que debería tener otro nombre, porque ni etimológicamente, ni por tradicción ni por historia y mucho menos por naturaleza, la unión de dos personas del mismo sexo puede ser un matrimonio. Pero los intereses políticos han impuesto en España este mal uso de la palabra matrimonio.

Otro ejemplo quiero señalar. Cuando los etarras y proetarras usan la palabra guerra, diciendo que están en guerra con el Estado español, están usando mal, pero interesadamente, esta palabra, ya que la guerra, aunque es el culmen de la barbarie, todavía las sociedades de nuestro siglo la admiten como una cosa justificable. Ellos se aferran a este vocablo para justificar los asesinatos, crímenes y estorsiones.

Otra de las palabras mal usadas es información. Sobre todo en ciertos programas de televisión, los contertulios dicen que están informando, cuando en realidad lo que están haciendo es entrometiéndose en la vida particular de las personas, faltando a su honor y dignidad y muchas de las veces interpretando malignamente expresiones y conductas, cuando no llegan a la mentira y a la calumnia.

Pero donde ya se llega al culmen de la confusión es en el uso de la palabra cultura. Este vocablo es un cajón de sastre donde cabe todo lo que le eches. Para unos fomentar la cultura es gastar el dinero público en pésimas películas que, una vez terminadas, se almacenan y no las ve nadie. Para otros cultura es mantener en los pueblos prácticas aberrantes y vejatorias que hieren la sensibilidad de cualquier persona que no esté contaminada por un ambiente local de irracionales costumbres. Aquí cabe todo, pero lo más aberrante es que los cantamañanas de turno salen y se proclaman paladines defensores de estas costumbres nefastas.

No digamos de la cantidad de injusticias y crímenes que se han cometido en nombre de las costumbres culturales de los pueblos. La cultura, aunque hay muchas acepciones de este vocablo, siempre va ligada a cultivar la persona, a hacerla mejor. Esto no tiene nada que ver con la injusticia, sino todo lo contrario.