lunes, 29 de marzo de 2010

El Viejo de los gatos.

Con su bastón en la mano,
arrastrando los zapatos,
con sus calzones de pana,
y su chaqueta de cuadros,

pasa el viejo, renqueando,
fumando su grueso habano,
protestando y maldiciendo
la suerte que le ha tocado.

Anclado en la soledad
de un tugurio en mal estado
que se moja cuando llueve
y se achicharra en verano.

Su mal genio le retrae
de los vecinos el trato,
y sólo con los mininos
se entiende y pasa algún rato.

En un banco de la plaza
se sienta y abre un gran fardo,
del que con gran parsimonia
saca comida a los gatos.

Todos acuden corriendo,
toman su presa y volando
guardan distancia con él
para comer lo encontrado.

Los vecinos lo contemplan,
displicentes y enojados,
mas todos guardan silencio,
porque a nadie hace caso.

Un día un policía local
lo multa por desacato,
porque ha ensuciado la plaza
y ha congregado a los gatos.

Refunfuñando se aleja,
con el fardo entre las manos,
seguido por los mininos
camino va de su cuarto.

A las afueras del pueblo,
en un libre descampado,
monta de nuevo el banquete
para que coman los gatos.

No le queda más afecto
en este mundo malvado,
que el que siente, cada día
por sus amigos los gatos.

El abuelo

Su vida marca la etapa
de sabiduría y sosiego,
de ver las cosas sin tintes
que le deformen lo recto.

Se le acabaron las prisas,
daría marcha atrás al tiempo,
vive el presente, consciente,
de que los años se fueron.

Ha quitado de su mente
las ideas que le metieron,
globos de aire, que pinchas,
que no tienen fundamento.

Ha reducido su campo
de sentimientos complejos,
a los que vale la pena
dedicar su amor y tiempo.

Ama a sus nietos, alegre,
dedica parte del tiempo
a cuidarlos con cariño
y a rodearlos de afecto.

Juega con ellos, sin fuerzas,
renueva su pensamiento,
y revive su niñez
dándole vida a los juegos.

No tiene nunca palabras
que hieran los sentimientos,
ni ve malas intenciones
en los hechos de sus nietos.

Si corrige alguna vez
algo que no esté bien hecho,
sus palabras van cargadas
de dulzura y sentimiento.

A veces, manto que tapa,
complicidad en secreto
con los nietos que le piden
ayuda en algún aprieto.

Las hojarascas que llenan
el árbol del pensamiento,
las ha mandado muy lejos
un soplo de sabio viento.

Ha reducido su vida
a su familia y sus nietos,
a actividades que llenan
su mente y sus sentimientos.