Todos los días me la encuentro,
la sirenita de plata
no está varada en la arena,
está en la calle Quintana.
Sale del cercano mar
y en la plazuela recala
con su larga cola azul
de innumerables escamas.
Su cara tiñe de blanco,
es joven cual la mañana,
y sus ojos destellean
fulgores de luz temprana.
No cautiva a marineros
ni canta con su voz clara,
entretiene a los turistas
que la rodean con sus cámaras.
Los flashes copian al rayo
el fulgor que desparraman
para dibujar con luz
la sirenita encantada.
Vuelve a la mar por la noche
a sentir sus aguas claras
y descansar complacida
en blando lecho de algas.
lunes, 26 de diciembre de 2011
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