jueves, 14 de febrero de 2013

Benedicto XVI ha abdicado

En ciertos sectores de la sociedad, sobre todo los relacionados con el poder, sea civil o religioso, no estamos acostumbrados a que se tomen decisiones, que en otros sectores, y a la luz de la razón, serían naturales y totalmente lógicas. El Papa, dada su edad y sobre todo su estado de salud, reconocido por él mismo, ha tomado la decisión más sensata e inteligente, y esto debería ser lo normal, en estos casos, no lo extraordinario y raro.

Los hombres tenemos unos límites y hemos de aceptarlos. Nuestra vida consta de etapas, y hay que vivir cada una de ellas, según sus propias posibilidades. La labor papal es muy ardua, necesita de gran energía, sobre todo mental, que le permita acertar en la doctrina que enseña, sin dejarse influenciar ni dirigir por los que le rodean.

No es bueno para la Iglesia ver a un Papa disminuido física y mentalmente, arrastrándose y manifestando los efectos perniciosos de la enfermedad. Pero no estamos acostumbrados a las renuncias, hemos pasado varios siglos sin que se haya dado ninguna. Cada uno puede aportar las razones que quiera para defender la postura de que el Papa debe cesar únicamente con la muerte, pero en el fondo, con todos mis respetos, lo que hay es un apego desmesurado por el cargo y paralelamente una presión de aquellos que rodean al pontífice y que perderían mucho con el cambio.

Es hora de desmitificar la religión y cuanto tiene relación con ella. Aunque el mito sea aceptado y diría que hasta reclamado por el pueblo sencillo, es falsear la esencia del hecho religioso. Los mitos siempre se crean para sacar provecho de ellos, y a la verdad que producen muy buenos resultados para aquellos que los crean y los fomentan.

 El hecho y los personajes religiosos hay que juzgarlos con criterios de objetividad y realismo, sin criterios insostenibles, basados en una transcendencia muy difícil, por no decir imposible, de probar. Para muchos el Papa se ha convertido poco menos que en un mito, sobreponiendo esta idea a la de servicio y utilidad para la Iglesia. De ahí las reticencias a través de varios siglos de no darse de hecho la abdicación del Papa.