No quisiera pronunciar, con mis labios,
la verdad descarnada y mal hiriente,
que rompe el corazón de quien la siente,
porque pierde el consenso de los sabios.
Yo prefiero ocultarla en los cenobios
de monjes silenciosos y prudentes,
sin que llegue a los oídos de la gente,
y descanse tranquila y sin oprobios.
No hay que narrar el hecho si hace daño,
ni la veracidad de lo ocurrido,
ni dejarnos llevar por el engaño
de tener que contar lo acontecido,
cuando solo se causa desengaño,
pesares, sufrimiento, y cruel olvido.
lunes, 28 de enero de 2013
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