domingo, 26 de agosto de 2012

La otra cara de los juegos olímpicos.

¿Hay alguna cosa que no manipulen los humanos y que no saquen de quicio? Se oyen voces contra la prostitución física por aquí y por allá, pero hay otra prostitución, la moral, de la que no se habla nada. Yo díría que es más grave que la primera, ya que lo infecta todo, lo manipula y lo tergiversa.

El deporte, el juego nació como una necesidad de desarrollo armónico y entretenimiento, en los arbores de la humanidad, pero el hombre es un experimentado maestro en manipularlo todo y en buscar fines espúreos que no tienen nada que ver con la finalidad que tenían las cosas cuando nacieron.

Los deportes de alta competición, sobre todo, aquellos que se pelean por llegar un segundo antes que su contrincante, y para ello hay que sacrificar horas, meses y años de la vida de una persona para conseguirlo, es la mayor estupidez, si lo juzgamos con friadad, sin aditamentos falseados. Cuánto sacrificio para obtener tan poca cosa.

Hoy los juegos olímpicos no son más que un escaparate, un campo de batalla para conseguir la victoria sobre los demás. La soberbia y la prepotencia son los factores que atizan esta hoguera. Hay que estar, a toda costa, por encima de los demás, y esto a cualquier precio. Es inhumano que se sometan a tiernas jovencitas y adoslescentes inmaduros para hacer de ellos auténticos robots, máquinas de carne y hueso. Y todo esto para satisfacer la arrogancia, la soberbia, el orgullo de los que gobiernan un país y de todos aquellos a los que le han comido el coco con megalomanías patrioteras.

Todo lo que sea forzar el organismo humano más alla de sus normales capacidades no es bueno, es un exceso, y los excesos tarde o temprano se pagan. Deporte y atletismo sí, pero solamente como ejercicio moderado para el desarrollo y el buen funcionamiento del cuerpo y la mente.