martes, 14 de diciembre de 2010

El arroyo

Una fuentecilla brota
con un hilito de agua
limpia, pura, cristalina,
es el arroyo del alba

Solitario entre las hoces,
sorteando las montañas,
tiene su lecho excavado
por el correr de las aguas.

Es un infante de río
porque su caudal no alcanza
la magnitud del que fluye
con gran cauce en sus entrañas.

Su juventud le permite
saltar en las cataratas,
y recobrar su entereza
para seguir su bajada.

Y con paciencia infinita
serpentea entre quebradas,
construyendo su camino
y esquivando la montaña.

Su agua es espejo limpio
con olores a retama,
a tomillo y a romero
que en sus orillas se bañan.

Y en su cauce de agua dulce
mil peces viven y nadan,
y desovan en su seno
alevines del mañana.

Pero si el gran Zeus se olvida
de visitar las montañas,
negando la  fértil  lluvia,
su agua trasforma en lágrimas.

Pues es tanto lo que llora
y al final, lo que se afana,
que perdiendo su energía,
su caudal mucho adelgaza.

Mas pronto el dios de los dioses
de sus clamores se apiada,
y con vientos mensajeros
abundante lluvia manda,
                    
Pero al terminar su curso
buscando la tierra llana,
extenuado y rendido,
la muerte triste le aguarda.

Tiene que rendir tributo
al soberano, de gracia,
y entregar sus limpias aguas
al copioso Guadiana.