sábado, 23 de julio de 2011

El viejo torero

Por las calles de Sevilla,
con paso lento y solemne
desfila, que no camina,
escoltado por la gente,

un singular personaje,
de mirada inteligente,
de rostro color de cobre
y sonrisa displicente.

Percha de traje raído,
sin montera ni ribetes,
ni alamares que reluzcan,
ni en las hombreras caireles.

Esto está en su fantasía,
en sus recuerdos solemnes,
en la vida que no olvida
de la juventud, que pierde.

Atrás quedaron las tardes
de pasodobles alegres
que en la Maestranza sonaban,
y el aplauso de la gente.

Ya nadie lo reconoce,
sólo las casas de alterne,
que le prohiben la entrada
porque dinero no tiene.

Dilapidó su fortuna
viviendo una vida alegre,
y los bares no le fían
pues si le prestan, lo pierden.

Ya no siente más cornadas
en su  envejecido vientre,
la indigencia empitonada
su orgullo y recuerdo hieren.

No tiene de qué vivir,
sólo vive cuando duerme
soñando con el pasado,
porque no tiene presente.