martes, 11 de septiembre de 2012

Una democracia condicionada.

Tenemos una democracia en pañales, en la que el pueblo sólo cuenta a la hora de meter una papeleta en una urna, una vez hecho esto, la clase política hace con los votos de los ciudadanos lo que más interesa a sus partidos, no al bien de la nación.

Cuando se hizo la Constitución española, las miras de los que la confeccionaron no estaban puestas en el pueblo español, éste no les inquietaba ni les preocupaba. Estábamos saliendo de una dictadura que duró muchos años y deseábamos  parecernos políticamente a las naciones de nuestro entorno. El pueblo hubiera votado cualquier cosa, con tal de que en su portada apareciera la palabra mágica: democracia.

Los luchadores contra la dictadura, en tiempos de Franco, no todos eran demócratas, cada grupo luchaba por sus objetivos: había quien luchaba únicamente por conseguir una franja de poder, otros porque creían y siguen creyendo que es más fácil conseguir una independencia secesionista con gobiernos débiles que con la rigidez de un gobierno dictatorial. Pero también había quienes aspiraban a formar una dictadura de signo contrario, aunque esto, dadas las circunstancias, tendrían que esperar muchos años para poderlo conseguir. Por último estaban los demócratas de buena fe, que numéricamente eran mayoría.

Cuando llegó el tiempo de la transición y de confeccionar una nueva constitución, el mayor problema que se planteó fue el contentar a estas diversas facciones, no en pensar que se estaba haciendo la carta magna o ley de leyes para los españoles. Se inventaron las autonomías, forma de repartir el poder entre muchos, sin pensar el coste, que a la larga, acarrearían estas instituciones. Pero así se contentaba a la clase política, ávida de poder. No se regularon bien las competencias y organización, sino que se dejaron todas las puertas abiertas para incrementar el poder de las mismas.

Hoy tenemos una nación invadida y arruinada por la clase política, en la que el pueblo no pinta nada, solamente se le emplea para recabar de él impuestos y más impuestos. Ni siquiera los grandes temas, como pasa en otros pueblos, se someten a referendum.

Dada la circunstancia actual de crisis aguda y falta de recursos, todos comprendemos que hay que hacer recortes y prescindir, en primer lugar, de todos los gastos innecesarios, pero empezando por adelgazar la máquina administrativa que ha terminado por ser tan pesada que el pueblo español no tiene más energía para tirar de ella. Pero esta idea parece que es repelida con toda fuerza por los que conducen y se benefician de ella.

El pueblo está pidiendo una auténtica democracia y otra forma de hacer política. No queremos políticos sordos.