miércoles, 29 de diciembre de 2010

La vida no es para el trabajo.

La vida es un don de cada persona, y hace de ella lo que mejor le parece. Nadie está facultado para disponer de la vida de los demás. Hay quien cree que la vida es poco menos que sinónimo de trabajo, de rendimiento para los otros, y esto hay que saberlo entender. El trabajo nos proporciona los medios materiales para poder vivir, pero la vida tiene un espectro mucho más amplio que el simple trabajo. Muchas veces oímos apreciaciones que nos recuerdan tiempos pasados, y nos traen el eco de los siervos y esclavos de los señores acendados.

Ahora con la crisis, se han oído algunas voces que quieren volver de nuevo a un trabajo de sol a sol, esclavizando al hombre y que no atienda nada más que a la producción. Estos tiempos pertenecen ya al pasado y no hay que permitir que vuelvan. El capitalismo duro, que solamente piensa en dividendos y ganancias, no es humano, y como tal hay que rechazarlo. El trabajo tiene un sentido de servicio al hombre, y no al revés.

En la vida, el hombre tiene que atender muchas otras cosas que no son el trabajo. La vida es una pirámide con muchas caras, y no hay que renunciar a ninguna de ellas. Muchas veces se rompe el equilibrio que hay que guardar, cuando una fasceta de la vida absorbe el tiempo y la dedicación que les corresponden a otras, y al romperse este equilibrio, el ser humano pierde la armonía de su existencia, privándolo de la paz y tranquilidad necesarias, con el riego de caer en enfermedades sicológicas.

Esta generación, no se si se ha visto obligada, o voluntariamente ha cambiado de mentalidad, al cambiar las costumbres de esta vida moderna  y rodearnos de una cantidad de artilugios que nos hacen el vivir más cómodo. Esto implica que en las familias tengan que trabajar, fuera de casa, el hombre y la mujer, y como consecuencia negativa, no tengan el tiempo necesario para atender a los hijos debidamente, y mucho menos, dado el caso, a sus padres ancianos, que terminarán en una residencia, apartados de sus casas y del afecto diario de sus seres queridos. El trabajo no se merece tanto sacrificio.