jueves, 6 de mayo de 2010

Reflexiones

Cuando Morfeo se ausenta
y la noche está en silencio,
abro las puertas que cierran
mi mente y mis pensamientos.

Entro por ellas sereno,
relajado y muy discreto,
no quiero romper el aura
que irradian mis sentimientos.

Busco razones que expliquen
la multitud de secretos
que guardamos sigilosos
y que aclarar no queremos.

La lógica que se rompe
aunque funcione el cerebro,
alteramos su camino,
pues queremos uno nuevo.

Clarividencia nos falta
en este mundo que sueño,
nubes y nieblas impiden
que del sol, llegue el reflejo.

Pero esas nubes y nieblas
que no dejan ver el cielo,
las fabricamos nosotros,
con nuestros egoismos ciegos.

Sigo buscando y encuentro
los trasnochados recelos
en que las mentes se enredan
sin llegar a ser sinceros.

Pero me resta camino
para indagar al cerebro,
para conocer a ciencia
complicados vericuetos.

Cuántas cosas añadimos,
ignorantes y soberbios,
sin conocer los recursos
que tiene nuestro cerebro.

Afirmaciones vacías,
preñadas de atrevimiento,
ocurrencias de la mente
que no tienen fundamento.

Peligro, cuando la vida
depende de pensamientos
creados por orgullosos
para que ensalcen su ego.

No merecen sacrificios
ni privaciones sin cuento
lo que no son realidades
impuestas con sufrimiento.

El hombre va conociendo
poco a poco los secretos,
con humildad y sin prisas,
es inmenso el universo.




El niño de la aldea

Sólo tiene cuatro casas
el caserío donde habita,
parecen cuatro palomas
con sus alas extendidas.

Metidas en la montaña,
en laberintos perdidas,
las águilas y los buitres
les sirven de compañía.

Solamente una vereda
conduce a esta serranía,
anaconda que serpea
por los montes extendida.

No hay escuela en el lugar
porque sólo un niño habita
con sus padres, que muy pronto,
le darán una hermanita.

Con el alba se levanta
y caminando y de prisa,
se dirige hasta la escuela
que a lo lejos se divisa.

Dos horas dura el camino,
entre repechos y nieblas,
con bajas temperaturas,
lluvia y nieve, con frecuencia.

Llega aterido de frío,
el niño llega a la escuela,
y la maestra que es madre,
lo calienta en una hoguera.

En invierno, por la tarde,
cuando regresa a su aldea,
entre luces, va corriendo,
antes que la noche venga

Por mal tiempo que soporte
nunca ha faltado a la escuela,
el afán por aprender
puede más que su cautela.