Abrazado a su guitarra,
sintiendo su latir quedo,
pasa los años tocando,
en la esquina, el pobre viejo.
Rasga con dedos enjutos
las cuerdas de su guitarra,
y chirrían más que suenan
acordes de mala gana.
A veces los acompaña,
con su voz cascada y ronca,
entonando unos romances
de moros y bellas mozas.
Los transeúntes que pasan,
por la esquina donde toca,
alguna moneda intentan
echar dentro de su gorra.
Mas ofendido y sentido
no consiente tal agravio,
su música no se paga
como si fuera un trabajo.
Solamente en días contados,
en navidad y año nuevo,
acepta algunos regalos
de los vecinos del pueblo.
Es arte, don de los dioses,
lenguaje de los espíritus,
dádiva del dios Apolo
sentimiento de los vivos.
A veces unos curiosos
lo rodean, a su paso,
más para complacerlo
que para oír su relato.
Entonces, entusiasmado
ante esta concurrencia,
se transforma y saca notas
y acordes de gran belleza.
Su cara se transfigura,
sus dedos ya no golpean,
acariciando las cuerdas,
ruiseñores que gorjean.
martes, 9 de febrero de 2010
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