Con sus ojos de azabache,
tapados por blanco lienzo,
el burrito saca agua
de la noria de mi huerto.
Su estampa es muy humilde,
su paso más bien es lento,
nadie compite con él
en este círculo estrecho.
Los cangilones dan vueltas
llenos de líquido fresco,
que rítmicos depositan
en la alberca de mi huerto.
Su caminar acompaña
la música que en requiebros,
el agua dice al besar
los cangilones de hierro.
Terminado su trabajo,
trotando y muy desenvuelto,
va a descansar al pesebre
y a compensar el esfuerzo.
Al pasar entre las plantas
sembradas en este huerto,
por sacarles agua clara
muestran su agradecimiento.
Pero un día por la mañana
oye unos ruidos, no buenos,
su noria está caminando
sin tener a ella acceso.
Unos hombres han llegado
con un caballo de acero,
y un artefacto muy raro
a su compañera han puesto.
Desde ese día ya no va,
dispuesto y muy tempranero,
a sacar agua del pozo
de la huerta de su dueño.
Lo han jubilado de golpe,
sin tener esto remedio,
la técnica lo ha mandado
al paro, como a un obrero.
Vaga, triste, por el prado,
va buscando algún consuelo,
porque su noria de siempre
lo ha abandonado, por viejo.
domingo, 21 de marzo de 2010
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