sábado, 3 de abril de 2010

El balsero del río

Con su balsa de madera
y sus anclajes de acero,
navegando, con su cable,
el gran río cruza el balsero.

No hay puente entre las orillas
en que el río divide al pueblo,
el antiguo, de madera,
se quemó hace mucho tiempo.

El barquero va cantando,
acompasado y muy lento,
una canción melancólica
que le enseñara su abuelo.

Cobra un real por pasar
a damas y caballeros,
y si llevan un borrico,
dos cobra por el jumento.

Los pocos coches que cruza
él los cuida con esmero,
y cuatro reales cobra
por atravesar el Duero.

Si algún viejillo pretende
pasar, sin tener dinero,
el barquero condesciende
y lo pasa, sin esfuerzo.

Pero si es un mozalbete,
arrogante y pendenciero,
que gratis quiere pasar
por la fuerza y a destiempo,

el barquero muy tranquilo,
toma en sus manos un remo
y empujando al mozalbete
al agua da con su cuerpo.

Otras veces los chiquillos,
alegres y bullangueros
llenan la balsa de risas
de canciones y otros juegos,

a todos deja pasar
guiados por el maestro,
así se siente, que ayuda
a la cultura del pueblo.

Un día, una serpiente enorme
de tornillos y de hierro
se tiende sobre el gran río,
uniendo sus dos extremos.

Ya su balsa se ha quedado
jubilada y sin viajeros,
pero la gente del pueblo
la mira con cierto aprecio.

No la han querido quitar
de su antiguo embarcadero,
para que el pueblo al mirarla
conserve un grato recuerdo.

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