jueves, 1 de abril de 2010

Justa crítica

No me gusta por principio, ir contra nadie ni contra ninguna institución o grupo de personas, pero esto no quita que se haga una justa crítica de su comportamiento. Hemos sido educados, los que ya tenemos una edad avanzada, en una filosofía de considerar la crítica como un pecado, criticar y murmurar no son conformes con la ley de Dios. Hacer una crítica justa de ciertos hechos de miembros de la iglesia, sobre todo si se trataba de "superiores", era comportarse de un modo poco ortodoxo. La iglesia es santa, pero está compuesta por pecadores, ¿Cómo se conjuga esta discrepancia?... una de tantas incongruencias que nos quieren hacer creer, sin que la razón ni la evidencia nos lo demuestren.

Es hora de hacer una crítica profunda, honrada, buscando la verdad, hacer un análisis histórico de tantas adherencias, que a través de los tiempos, se han ido pegando al mensaje de Jesús, desvirtuándolo y corrigiéndolo en beneficio de unos pocos, que se han apropiado de él, como dueños y señores. Pero veo difícil que esto se lleve a cabo, porque la jerarquía tendría que renunciar a muchos privilegios que tiene hoy y no se le ve una predisposición a hacerlo. Ha habido grupos de sacerdotes y seglares que lo han intentado, pero enseguida han caído sobre ellos descalificaciones y condenas para que no llevaran a cabo la labor emprendida.

De un grupo de hermanos que se reunían a celebrar y rememorar las enseñanzas del señor, se ha pasado a crear una sociedad con una jerarquía rígida, cambiando la pobreza de un pesebre por suntuosos palacios, monumentales catedrales, ceremonias llenas de boato, y personajes de corte, esto no tiene nada que ver con el cristianismo. El auténtico cristianismo no tiene príncipes, sino hermanos. El cristianismo es el amor del que entrega su vida por ayudar a sus hermanos en países del tercer mundo, en los hospitales, con los marginados, con el necesitado.Una sociedad llena de preceptos, impuestos por los jerercas, verdades sin demostrar, creerse representantes de dios y querer hacer pasar como emanados de la deidad lo que ellos quieren imponer a los demás, pero que rara vez cumplen ellos, es el máximo a lo que la soberbia humana puede llegar.

La reforma no la pueden llevar a cabo aquellos que deben ser el objeto de la misma, y que solamente se contentarían con un superficial lavado de cara, sin profundizar en lo esencial. La iglesia está pidiendo a voz en grito, volver al verdadero cristianismo y olvidar tantas cosas y tantos personajes que se están valiendo de ella.









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