Curtido por dos mil soles
con dardos de viento y fuego,
estampa de hombre cetrino,
labra la tierra el labriego.
Solitario en el cortijo,
muy alejado del pueblo,
quietud brota por sus poros,
tranquilidad y sosiego.
Por sus venas corre sangre
de moriscos agarenos,
que dejan en su sentir
recuerdos de viejos tiempos.
Aclimatado, por siglos,
a esta tierra que echa fuego,
cuando helios la visita
en el verano, de nuevo.
Del olivo saca oro,
acariciando sus remos,
sin tocar las lunas llenas,
brillantes cual terciopelo.
Con mimo cuida sus viñas,
contemplando sus reflejos,
y elixir, don de los dioses,
regalan al bodeguero.
Pero a veces Zeus se olvida
de visitar a su predio,
y la esperanza no pierde,
clamando siempre a los cielos.
En los campos de secano,
antes que empiece el invierno,
el trigo siembra, gozoso,
oro que cubre el barbecho.
Esperando que el estío,
le multiplique por ciento
el candeal que ha sembrado
esperanzado y contento.
Jornalero, por pobreza,
de la tierra, no es el dueño,
aunque la ama y la mima
con primor de jardinero.
domingo, 14 de noviembre de 2010
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