Ya hace tiempo que me liberé de pertenecer a ningún aprisco y de admitir doctrinas ilógicas impuestas por entidades interesadas, con lo que me puedo permitir el lujo de equivocarme, pero libremente. Se acabaron los misterios, los ocultismos y los determinismos. Siempre tengo mi ventana abierta a la luz y a la diafanidad y, sobre todo, siempre mi puerta está abierta a la búsqueda objetiva y sincera de tantas cosas que desconocemos en infinidad de campos.
He perdido totalmente el "respeto humano", como se decía antes, es decir, el miedo al que dirán y expongo con toda libertad lo que creo que es justo, aunque puedo estar equivocado. A veces nos encontramos con personajes tan radicales, que no quieren ver la realidad de las cosas, solamente la subjetividad de sus ideas, es imposible razonar con ellos, niegan la evidencia aunque la tengan delante de sus ojos, sobre todo, si esta evidencia se refiere a hechos o ideas de valor y son realizadas por aquellos a los que consideran como enemigos.
El radicalismo es una torpeza y una enfermedad de la mente humana, que solamente ve un camino pedregoso, cuando hay mil vias, de las más variadas tonalidades, y sobre todo es una aberración en la democracia, donde deben caber todas las mentalidades. Pero esta cerrazón de mente siempre tiene sus usufructuarios que sacan un gran partido de ella, por ello la fomentan y la cultivan.
En algunos episodios tristes de nuestra historia, se ha dado el caso de asesinar a personas valiosisimas, que realizaban una labor social de primer orden, por el único delito de pertenecer a otra forma distinta de concebir la vida. O eres de los míos o si no, te considero mi enemigo, con derecho a eliminarte. Los radicalismos hacen muchísimo mal a la sociedad y hay radicalismos tanto de derechas como de izquierdas. Una de las labores de los gobernantes, en democracia, es controlar los excesos que estos grupos puedan cometer, para que no atenten contra los ciudadanos.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
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