Los que hemos vivido la mitad de nuestra vida bajo la dictadura del general Franco, añorábamos poder gozar de un régimen político como el resto de los países europeos de nuestro entorno, Europa occidental, porque los de la otra Europa, la oriental, estaban sometidos a regímenes dictatoriales aún más duros que el nuestro, empobreciendo a pueblos, que en otras manos, tendrían hoy día un nivel económico similar o superior a las naciones occidentales.
No voy a descubrir nada diciendo que Suárez y los demás líderes de los respectivos partidos, hicieron una transición, dentro de las dificultades reinantes, generosa y pensando en el futuro y no en un pasado, en el que la generación anterior, en ambos bandos, había cometido actos execrables, que nunca más deberían darse entre personas civilizadas. Así comenzó a construirse el edificio de la moderna democracia española, enterrando los errores de ambas partes y mirando hacia el futuro.
Con el correr del tiempo, la voracidad de poder y de dinero de la clase política, les ha llevado a fabricar una monstruosa maquinaria administrativa que ha llevado a la ruina a las finanzas del país. Infinidad de cargos políticos innecesarios, multiplicación de parlamentos y cargos repetidos,sociedades ruinosas para colocar al frente de ellas a políticos y amigotes, gastos suntuosos innecesarios, obras públicas innecesarias y que son engendradoras de gastos continuos, endeudamientos sin freno para gastar un dinero que no se tiene y que hay que devolver con cuantiosos intereses, sueldos desproporcionados de políticos y toda la corte que les rodea. Y así podría seguir engrosando la lista de despropósitos, hasta llenar varias páginas.
Esta no es la democracia que queremos los ciudadanos, esta es la democracia de la clase política, hecha por y para los políticos. Ese dinero que se malgasta es propiedad del pueblo, y a él debe retornar para resolver los grandes problemas de una gran parte de nuestros conciudadanos, esa es nuestra democracia, la democracia del pueblo y no la de una clase privilegiada, que dice gobernar en nuestro nombre. No confundan los términos, nosotros os hemos elegido, sí, pero no para hacer lo que habéis hecho y estáis haciendo, sino para administrar la cosa pública como un buen padre de familia.
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