Las llamadas democracias contemporáneas nos las han vestido con un manto de populismo irreal, la lucha por el poder de los partidos políticos, es la auténtica esencia de esta forma de gobierno. Hemos pasado de la guerra de conquista del poder, por las armas, a la guerra ideológica. El pueblo solamente es un árbitro que pita el principio del partido cada cuatro años, pero el poder cada vez nos atosiga más con una serie de leyes y prohibiciones que dejan nuestra libertad cada vez más empobrecida..
Los políticos viven en una constante guerra ideológica y dialéctica los 365 días del año, para ellos parece que ese es su clima apropiado, todo el día luchando por el poder. Y yo me pregunto: Si en una democracia, el poder lo concede el pueblo, a través de las hurnas,¿ por qué tanta lucha y tantas palabras de censura de unos para otros? ¿no sería más rentable que se dedicaran a convencer al pueblo, mediante su buen hacer, ya que las palabras se las lleva el viento, para que a la vista de los buenos resultados, los nombren regidores de la cosa pública?
El clima de convivencia no puede ser un estado de guerra continuado, aunque sea ideológica, por eso los ciudadanos hacemos tan poco caso a las palabras de la clase política, es que si los tomáramos en serio, viviríamos en un clima asfisiante, y la vida ya nos acarrea sufientes problemas. Además, muchas veces lo que dicen ni merece la pena echarlo en cuenta, porque no tienen consistencia ninguna las palabras que pronuncian.
A los ciudadanos no nos gusta este clima de tirantez e incordialidad que ha creado la clase política y que, a veces, contagia a una parte de la sociedad, viviendo en tiempos pasados que deberíamos sepultar en el pozo del olvido.
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