Vivimos en nuestros pequeños mundos, aislados, y nosotros con mayor razón. Las naciones y los pueblos cargan sobre sus espaldas con ideas y costumbres heredadas, a veces desde siglos, y es hora de que nos paremos a reflexionar y a depurar si esta herencia vale la pena conservarla. Es hora que los pueblos tomen el protagonismo que les corresponde y no se dejen conducir por caminos de estancamiento y de violencia. No podemos tomar los grandes problemas, que hoy tiene la humanidad, hambre y guerras, como situaciones normales y que tengamos que convivir con ellas.
El hambre en el mundo, producto de una injusta pobreza y de un lamentable reparto de la riqueza, debería llamar a la conciencia de toda persona, con un mínimo de sensibilidad y sentido solidario, y sobre todo a aquellos que dirigen los destinos de los pueblos ricos. Con lo que hoy gastamos en cosas innecesarias habría para erradicar el hambre en el mundo. Solamente con un ínfimo porcentaje de los presupuestos de los poderosos se resolvería este gran problema que afecta a una gran parte de la humanidad.
Es inconcebible que se le ponga freno a la producción de alimentos, en muchos países, cuando por otra parte hay otros que necesitan imperiosamente esos alimentos porque se están muriendo de hambre.
No me extraña nada que los pueblos pobres, ante su situación desesperante, se lancen a la aventura de una patera o cualquier otro medio, por muy peligroso que sea, para salir de su pobreza. Nos falta mucha sensibilidad y solidaridad con ellos, sobre todo si tenemos en cuenta que este gravísimo problema se puede solventar con un poco de generosidad. No podemos seguir viviendo como si esta situación fuera natural y no se puediera resolver. Habría que hacer una campaña mundial, a todos los niveles, para erradicar el hambre en el mundo.
El segundo gran problema mundial son las guerras. La guerra es el fracaso de la humanidad, en una guerra fracasan todos. Dejemos de querer enmascarar los crímenes de guerra con palabras, que lo único que tratan es de buscar excusas ante lo inexcusable. Nadie puede dar órdenes de arrasar y asesinar a pueblos y a soldados, nadie tiene poder sobre las vidas de los otros.
Por otra parte, las guerras son, en gran parte, fruto de la hipocresía y malicia de los dirigentes de los pueblos y su afán de enriquecerse a cualquier precio.. Aceptan como cosa natural la fabricación de armas, cada vez más mortíferas, las venden a los masacradores de quellos países que están en guerra, para que destruyan y asesinen a centenares de miles de inocentes ciudadanos que nada tienen que ver con la contienda. Y esta es la práctica común de los paises que mueven cielos y tierras porque un pertubado mental ha cometido un simple asesinato. De ninguna manera quiero defender este hecho, lo que pretendo es compararlo con la masacre de miles y miles de personas, perpetrada por unos dirigentes y ayudados por otros. La guerra es el mayor mal que azota la humanidad. Poco hemos avanzado mientras no desechemos, para siempre, la barbaridad de la guerra.
miércoles, 23 de febrero de 2011
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