Qué difícil es en esta vida guardar un acertado equilibrio entre sentimientos y razón. Hay veces, que llevados por un rígido raciocinio, prescindimos de las circunstancias que rodean a una persona o a un acontecimiento, y enjuiciamos y sentenciamos friamente, sin tener en cuenta los condicionantes de los hechos. Evidentemente caemos en el error y en la injusticia.
Otras veces, sobre todo, ante un acontecimiento luctuoso, máxime si conlleva la pérdida de algún ser querido o de nuestro entorno, nos llevamos de nuestros sentimientos y nos dejamos dominar por ellos. A la hora de tomar decisiones, no es bueno hacerlo en esta situación anímica, tenemos que esperar a que la razón equilibre las decisiones.
Hay personas, sobre todo de la vida pública, que han tenido la desgracia de fallecer a una edad inesperada, ya sea por accidente o por una enfermedad maligna que no han podido superar. En estos casos los sentimientos se disparan y parece ser que la forma de contrarrestarlos es corresponder con nombramientos, dedicación de calles o monumentos y hacer del fallecido, poco menos que un héroe.
Yo me pregunto: ¿Se le hubieran rendido esos mismos homenajes si tal persona hubiera fallecido de muerte natural, y con una edad más avanzada?.- Sospecho que no, porque sus méritos, en servir a la sociedad no serían suficientes para premiar su memoría de esa manera. Lo que me lleva a concluir que no es a la persona a la que se le rinde homenaje, ni a sus méritos, que muchas veces carece de ellos, sino a nuestros sentimientos. Es una forma más de egocentrismo camuflado.
viernes, 25 de marzo de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario