Siempre me he preguntado para qué sirve el Tribunal Constitucional y sobre todo me ha extrañado que tenga un rango superior al Tribunal Supremo y pueda anular las decisiones de éste. Además, si existe un tribunal supremo, es contradictorio que otro tribunal pueda emitir sentencias por encima de él, esto no casa con la lógica. Lo natural es que una sala del supremo tratara los asuntos que hoy son competencia del constitucional, evitando de esta forma una confrontación entre tribunales de alto rango, que no favorece para nada a la justicia. Pero cuando entran en juego los poderes políticos, la lógica aristotélica tiene que batirse en retirada, es suplantada por la lógica política, que se identifica con la conveniencia.
Las dictaduras se rompieron privando al dictador del poder absoluto y fragmentándolo entres estadios independientes: legislativo, judicial y ejecutivo. Pero los malos demócratas, aquellos que toleran la democracia a la trágala y, en el fondo, lo que quieren es el poder absoluto, tratan de camuflar su ambición y la disfrazan y la cubren con el manto de una legalidad a su medida, no de la justicia.
La realidad en esta democracia nuestra, es que tenemos una concentración de los tres poderes en manos del ejecutivo, es decir, hemos vuelto al absolutismo, las tres partes se han unido en un todo que es manejado por
el primer ministro de turno. Una democracia camuflada. El ejecutivo sale de la mayoría del legislativo, luego es la misma cosa. El legislativo y el ejecutivo nombran a la cabeza del judicial, por lo tanto es el ejecutivo el que decide en los tres poderes, luego adiós Barón de Montesquieu.
La democracia del pueblo está madurando en estos últimos tiempos, y está exigiendo que se gobierne de otra forma, que las leyes y las infraextructuras políticas respondan a las necesidades y a los deseos del pueblo. Y que la división de poderes sea una realidad meridiana y no un apaño, como ahora.
sábado, 25 de junio de 2011
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