Viste de negro irisado
en capucheras metido,
en los rastrojos dejados
donde segaron el trigo.
También en el verde prado
y a la orilla del camino,
por donde quiera que vayas
allí te encuentras al grillo.
Es músico sin orquesta,
violinista de los finos,
con sus élitros produce
su cantar característico.
Llama, con notas al viento,
en la puerta de su "piso"
a las damas que se prenden
de su cantar vespertino.
Los chicos dejan sus juegos
cuando escuchan a los grillos,
y sigilosos se acercan
para capturarlos vivos.
Localizan, por el canto,
al "cataor" escondido,
y con un tallo flexible
lo sacan de su escondrijo.
Lo meten en una jaula
contruida con cañizo,
y le dan para comer
las hojas del cebollino.
Se lo llevan a su casa
y también a su cortijo,
y lo cuelgan de una viga
para que viva tranquilo.
Allí canta el cebollero,
al cuidado de los niños,
serenatas veraniegas
en noches de plenilunio.
domingo, 18 de diciembre de 2011
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