El poder siempre termina en dictadura, mientras no se sustituya por el servicio tendremos dictaduras con urnas y papeletas. Hay hombres que llevan en los genes las ansias de poder, de mando, de disponer de las cosas y de las personas, de someterlas a su voluntad, de estar encumbrados por encima de los demás, llegando en ocasiones a considerarse enviados de los dioses y ser sus representantes, embriagados por su propia soberbia. El poder no pasa con el tiempo, cambiará de formas, de ropaje, pero en el fondo permanece inalterado a través de los tiempos.
La humanidad, los pueblos, han soportado, a través de la historia, este yugo insoportable y han luchado, con sus escasos medios, por deshacerse de él, misión casi imposible, porque el poder siempre ha dominado por la fuerza de las armas y los ejércitos. Pero el tesón del pueblo y el tiempo han ido dulcificando y debilitando las formas dictatoriales de los poderosos. Mas el poder no ha desaparecido, se ha camuflado, se ha disfrazado de fórmulas más digeribles, menos chocantes con la mentalidad del hombre moderno, pero sigue latente en la mente y en las voluntades de la clase política.
Tenemos unas estructuras políticas basadas, no en la iniciativa del pueblo y que vayan encaminadas a su servicio, estas estructuras están hechas para repartir y detectar el poder en todas partes. El poder no necesita de conocimientos, de personas idoneas, honradas y justas, es el polo opuesto. El poder sólo entiende de sometimiento, de impuestos, de obligaciones para los ciudadanos.
Una verdadera democracia no puede estar regida por el poder, esto sería una substración del principio fundamental que debe regir todo estado democrático. Nuestros políticos no han llegado aún a comprender esta idea tan sencilla: son servidores del pueblo y no sus soberanos, el soberano es el pueblo.
martes, 5 de junio de 2012
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