La noche de Jueves Santo
camino de la Ribera,
cirios ardiendo en la mano,
penitentes disfrazados
con sus capirotes blancos,
por la calle están pasando.
Forman cortejo de muerte,
con túnicas y descalzos,
preceden al nazareno
que en la cruz está clavado,
seguido de la amargura
que su madre está pasando.
Clarines rompen la noche,
son trágicos los desgarros
de sentimientos, que causa
la procesión a su paso,
en el pueblo que comtempla
con respeto y con recato.
Con peinetas y mantilla
de color negro, enlutado,
acompañando a la virgen
su hermandad va desfilando
compartiendo el sentimiento
de hijo y madre en el calvario.
Una voz rompe el silencio
que los clarines crearon,
cuando mudos de dolor
sus marchas han silenciado,
canta y llora al mismo tiempo
no son voces, son desgarros.
El cristo sigue su marcha,
la luz de los candelabros
gime, que no parpadea,
y lágrimas van brotando,
no son cirios encendidos,
ángeles que van llorando.
La madre sigue a su hijo
cubierta de un bello palio,
con su corazón partido
del dolor que le ha causado
la sentencia de Jesús
por un tribuno romano.
La procesión sigue el ritmo
de graves pasos marcados
por penitentes que llenan
las calles de Pozoblanco,
hasta llegar a la iglesia
del colegio salesiano.
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