Ya no sabemos cuál va a ser la función siguiente de este circo imprevisible que llamamos política. Todos los días nos salen con alguna ocurrencia fuera de toda lógica, y es que cuando impera la ambición no puede reinar la razón.
El pueblo asiste desconcertado al espectáculo más esperpéntico de ver cómo los resultados de las urnas no valen para nada, se amañan los gobiernos, se compran los votos, se venden al mejor postor y se cambian como las estampitas de los niños. Tú me das esa y aquella y yo te doy a cambio ésta que tengo "repe" y aquella que no me gusta mucho.
Las mayorías, si no son absolutas, se ignoran totalmete. Es decir, se le dice a la mayoría del pueblo: vamos a anular tu voto, vosotros no pintais nada, le vamos a dar el gobierno a los que han perdido las elecciones, porque nosotros somos los auténticos dueños, eso del pueblo soberano es una entelequia para distraer a un pueblo crédulo y pardillo.
Que los jerifaltes de un partido, para conseguir lo que no han ganado en las urnas, obliguen a todos sus afiliados a hacer pactos en cadena, irracionales, sin sentido, y en contra de su voluntad, esto se llama dictadura. En cada ayuntamiento, cabildo y comunidad autónoma ha de gobernar la lista más votada, y si se quiere confeccionar una mayoría absoluta, ésta se ha de hacer, en cada uno de los casos, pactando el que ha obtenido mayoría relativa, libremente, sin imposiciones, con el partido o partidos que garanticen un gobierno duradero y eficaz, y siempre mirando por bien del pueblo.
Menos mal que ya se han oido algunas voces disonantes en algunos partidos que no admiten estas imposiciones, pero desgraciadamente son muy pocas. El político honrado no puede pasar por estas horcas caudinas.
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