Las cajas de ahorros nacieron a la sombra de los Montes de Piedad, con un carácter esencialmente benéfico, para ayudar al pueblo y liberarlo, a veces, de la usura que otros prestamistas sometían a quienes se veían en la necesidad de pagar deudas o no tenían lo necesario para poder vivir, mediante pequeñas donaciones o préstamos sin intereses. Si nos remontamos a sus orígenes, constatamos que estas instituciones nacieron ligadas a la Iglesia católica, como una forma más de hacer caridad con el necesitado. Con el transcurso de los años, este carácter benéfico se ha ido amortiguando bastante, de manera que hoy las cajas se diferencian poco de los bancos.
Es verdad que realizan actividades de carácter social, cultural, festivo... casi siempre ligadas a instituciones y grupos, pero la ayuda personal al necesitado casi ha desaparecido de su actividad benéfica.
Estamos en una época de crisis, en la que hay familias que se quedarán sin la vivienda, que con grandes sacrificios están pagando, y que, por estar en el paro, no pueden seguir haciéndolo; otros han llegado a la situación de no tener para el sustento diario, y así podría seguir enumerando una serie de necesidades básicas, que sufre una parte de nuestros conciudadanos.
Yo invitaría a las cajas de ahorros a que, dadas estas circunstancias y temporalmente, dedicaran sus recursos sociales, culturales, festivos... a cubrir estas necesidades perentorias y dejaran aparcadas aquellas que no son estrictamente necesarias. Esta sería una labor que la sociedad vería con muy buenos ojos y los que de alguna manera estamos ligados a las cajas, con nuestro dinero, veríamos con mucho agrado. No sería otra cosa que la vuelta a sus orígenes.
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