por la bóveda del cielo,
comienza a andar con el alba
hasta llegar a su término.
Recoge sus blancos hilos,
y con orden y concierto,
los enrolla en un ovillo
que oculta en el firmamento.
Con el tiempo está cansado,
su caminar es más lento,
y sus rayos ya no son
como en verano, de fuego.
Se viste con traje rojo
que roba, sin estruendo
a las nubes, sus vecinas
para acostarse en el cielo.
Mas no repite vestido,
su vestido es siempre nuevo,
y naranjas ha tomado
para teñir su ornamento.
Arreboles le acompañan
como si cálido fuego
llama prendiera en las nubes
formando mil arabescos.
Pero antes de marcharse,
juguetón y aventurero
se nos esconde, y engaña
con sus clásicos reflejos.
Y antes que la luna salga
y que lo mande al destierro,
se despide y nos apaga
las luces de las que es dueño.